viernes, 3 de febrero de 2012

EL BRUCH

Hace doscientos años en España las cosas eran muy diferentes.
Por ejemplo en Cataluña se gritaba sin empacho: ¡Viva España y Viva el Rey!, mientras los catalanes degollaban gabachos y combatían valientemente por su hermosa tierra catalana y por el honor de toda su nación: España.

Cuando llegaron las invencibles tropas de Napoleón su intención era que Cataluña volviese a ser Marca o frontera entre la civilizada Francia y la salvaje España, o mejor todavía, que pasase a ser el no sé cuántos Departamento de Francia, por eso Napoleón había desplegado en la región más tropas que en ningún otro lugar pensando que los catalanes le recibirían con los brazos abiertos.
Pretendía el Emperador que lo nombrasen Conde de Barcelona… 
Pero le salió el tiro por la culata.

En Manresa a los franceses no se les ocurre otra cosa que quitar el nombre de Carlos IV de unos Timbres Oficiales para poner el del odiado Murat, que era el gabacho que había masacrado a los compatriotas en Madrid…
Aquello provoca que a los catalanes les entre un dolor de barriga tremendo. ¿Su legítimo Rey cambiado por un don Nadie…? No lo soportaron y le metieron fuego a la partida de papel y, al francés que se encontraron, le dieron palos hasta en el deneí, y eso que tal documento no estaba inventado.

Desde Barcelona salió de inmediato una columna de castigo. ¡Perros catalanes, traidoges...!

Formaban la columna tres mil quinientos hombres con dos piezas de artillería.
Subían por el camino de Zaragoza confiados, arrogantes como en terreno conquistado.

La noticia de la presencia francesa corre como el viento por toda la comarca y las campanas de las iglesias empiezan a tocar a somatén que es lo mismo que a rebato, pero en catalán.
Somatén se denomina también a la partida de hombres armados que, desde tiempos de Mari Castaña, se juntan para proteger sus tierras y ganado de los ataques de las partidas de bandoleros y salteadores que, en aquella España, pululaban más que chinches en un colchón viejo.

En Martorell -ahora allí se fabrican los “Seillas”- las tropas francesas se vieronn obligadas a hacer un alto porque se desató una furiosa tormenta. 
La Moreneta que echaba una mano.

El retraso francés permite a los casi dos mil españoles que se han reunido, apostarse en el Alto del Bruch.
Las campanas de los pueblos catalanes no habían dejado de tocar a somatén…

Los hombres que se han atrincherado en la posición llamada: la Casa Masana son un abigarrado grupo de paisanos y de soldados desertados que se habían echado al monte.
Entre ellos hay un destacamento del Regimiento de Infantería Suiza Wimpffen nº 1, al mando del Teniente Francisco Krutter, un grupo de soldados del Segundo Batallón de Guardias Valonas, al mando del Capitán Carlos Vicente y del Sargento Mayor Justo de Bérriz.

El resto son paisanos que acuden a defender su patria.

El seis de junio de mil ochocientos y ocho el General Schwartz sale de Martorel y enfila la subida del puerto del Bruch… Van los gabachos confiados y tranquilos ya que ninguno espera que nadie les haga frente.

De repente truenan disparos y la primera andanada derriba varios coraceros de la vanguardia francesa.
Entre los franceses empieza a reinar el desconcierto y la desconfianza, sin embargo son los mejores soldados del mundo así que rápidamente forman pelotones y desalojan a los españoles del bosque que ocupaban… 
¡Han corrido como liebres…! 

Los franceses, confiados, victoriosos y arrogantes se ponen a comer…
Entra en escena Antonio Franch, que regresaba desde Villafranca, a la que había ido en busca de armas, y trae consigo a doscientos hombres mientas sube de nuevo hacia Manresa…
A mitad de camino se encuentran con los que huían de Casa Masana… 

Sin decir ni pío los dos grupos se juntan, se abrazan y se dan la vuelta para atacar a los gabachos que siguen tan tranquilos con su paté y su fromage:

- Quest que cest aquello que bruilé…?

- Pas possible, Gastón… Cest les espagnols cabreés…!

Al grito de: ¡Cullons!, ¡Espanya!, ¡Viva el Rey!, y demás etcéteras -aunque algunos no me crean- aquellos catalanes obligaron a toda una columna francesa, de la mejor infantería del mundo, a tener que formar un cuadro para poder salir del avispero en que se había convertido el Paso del Bruch.

Desde cada pueblo y cada masía acudía la gente dispuesta a despachar franceses, así que aquel cuadro francés perseguido, acosado se fue deshaciendo como un azucarillo.
Los supervivientes llegaron a Barcelona a la deshilada y en estado lastimoso, aterrados por lo que habían visto.
La guerra en España acababa de empezar.

Una semana después, el catorce de junio, el General Schwartz, avergonzado y resentido acompañado de más tropas, más caballos y más cañones, subía de nuevo por el camino de Zaragoza.
Esta vez los franceses iban desplegados en dos columnas con las plumas de las águilas imperiales al viento y muy dispuestos a vengar la afrenta recibida.
Esta vez los que defendían el Bruch tenían cañones y estaban impregnados del espíritu combativo de los almogávares. 
Por eso la lucha y el cañoneo artillero serían encarnizados. 

Los españoles eran muchos menos, tocaban a dos gabachos y pico por cada uno, y la presión napoleónica se volvía insoportable. Estaban los gabachos a punto de romper la resistencia cuando, de repente, entre las montañas, se escucha el retumbar de mil tambores. O más.

Los franceses, el flamante General Schwartz el primero de todos, se quedan paralizados por el miedo -como decimos aquí, acojonaditos, acojonaditos- pensando que se les echa encima toda Cataluña y la mitad de España.
Entonces los invencibles soldados de Napoleón huyen espantados, otra vez, camino de Barcelona y sin poder pasar del Bruch.

Por primera vez le daban estopa a los invencibles ejércitos franceses, por primera vez se humillaban sus águilas, por primera vez, alguien tenía los huevos de plantar cara a Napoleón.

Sucedió todo esto que les cuento en la región de Cataluña hace poco más de doscientos años. Porque los catalanes no quisieron ver pisoteada su dignidad, ni su orgullo, ni su patria.
Como el resto de España, Cataluña se cubrió de honor y de gloria, aunque al igual que el resto lo hayan olvidado.
 
En eso de olvidar, esconder y repudiar no podrán negar nunca que nacieron españoles.
Porque hace doscientos años en las montañas del Bruch se gritaba: ¡Viva España!

Aunque algunos no me crean…

A. Villegas Glez. 2012

Imagen: El Timbalier del Bruch.


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